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lunes, 6 de febrero de 2012

La historia, el kirchnerismo y sus interpretaciones. Por Ricardo Forster.

   
La realidad histórica, se sabe, es objeto de permanentes y desencontradas interpretaciones. Litigios interminables han recorrido, y lo seguirán haciendo, la travesía de nuestro país exacerbándose, esos conflictos, en las épocas en las que la problemática del pasado escapa de los límites de la vida académica para estallar, con toda su virulencia, en el seno de un presente atravesado por nuevos desafíos que impiden, precisamente, que el relato de la historia, aquello que tiene que ver con las marcas decisorias y con las opacidades del comienzo (que se vuelve “origen” cuando adviene un relato legitimador poderosamente establecido en la escena nacional), se refugie en la calma del gabinete de trabajo del historiador. Señalar las diferencias y las rupturas, hacer eje en las continuidades o en las discontinuidades, establecer ciertas genealogías en detrimento de otras, priorizar tal acontecimiento para resaltar el peso específico de tal o cual decisión, imprimirle a la voluntad de un dirigente un sesgo excepcional o reducirlo a una suerte de equivalencia que lo vuelve intercambiable con otros personajes de su tiempo son, como el lector comprenderá, algunos de los ejes de estos debates interminables que han jalonado la historia argentina (y universal, para utilizar un viejo concepto hegeliano ya en desuso). Cuando esos debates se circunscriben a un período demasiado cercano al presente, la dilucidación de su “verdad histórica” constituye un complejo y grave acontecimiento político que, poco y nada, tiene que ver con el concepto de “objetividad” y, mucho menos, con el de “neutralidad”. La potencia de lo acontecido, su materialidad que es algo más que lenguaje aunque siempre lo siga siendo cuando se vuelve objeto de interpretación, no proviene, como si fuese un maestro de la prestidigitación o un soñador de ficciones, de la imaginación del historiador pero, y de eso también se trata, su manera de citarlo, su subjetividad interpretativa y los condicionamientos de su propia realidad, se ponen en juego alterando lo que ya ha sido irremediablemente colocado en el interior de la disputa por el relato. Pero así como no hay hermenéutica virtuosamente objetiva tampoco existe algo así como una realidad cristalina ni mucho menos procesos históricos en estado de pureza y alejados del barro de la vida.
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